El álbum ilustrado: retrato breve.

No sé bien si fue un regalo de mi abuelo o que me encontré por casualidad con esos libros. Pero el caso es que aquellas ilustraciones, que narraban algunas de las historias más famosas de Julio Verne, me atraparon de manera maliciosa, haciendo olvidar del texto escrito y adentrándome en los trazos, en los colores y en las formas. Y lo más importante, mi imaginación completaba una y otra vez los espacios en blanco, haciéndome participar junto a los personajes, en la ficción que el autor me estaba proponiendo.

Y en un aula de un centro del municipio de Telde, hace quince años, una experiencia como maestro cambió por completo mi manera de entender la docencia y la literatura infantil. Comprendí que la literatura no podía ser el fin; que los escritores no desarrollaban su trabajo para ofrecernos un producto cerrado y empaquetado; que los ilustradores narraban y que su lenguaje debía ser aprendido, como otro cualquiera. Y que los lectores, fuesen de la edad que fuesen, no podían sucumbir al enredado juego del marketing literario. El lector es el principal protagonista, es que tiene el poder de elegir, la capacidad de seleccionar, de jugar, de hacer de la literatura un objeto plástico, flexible, moldeable. Y es en ese preciso instante, cuando aparece el álbum ilustrado.

El álbum ilustrado nos muestra dos mundo paralelos donde las emociones y las experiencias de cada lector, tienen un espacio reservado que debe ser ocupado para que tenga sentido. El ilustrador y el escritor comparten un motivo, un ligero aleteo de mariposa que desencadena en cada uno de ellos un impulso creativo que irremediable les conduce al arte. Y lo extraordinario, lo que realmente convierte al álbum ilustrado en una obra irrepetible, es que los caminos que siguen ambos autores, no tienen que coincidir. El álbum ilustrado conjuga dos visiones del mundo, dos narraciones de la misma experiencia; y si el lector logra encontrar puntos de encuentros, anclajes emocionales, significa que estamos ante una obra de arte. Significa que la narración ilustrada y la escrita ha dejado huecos para que el lector se apropie de ellas como si fuesen propias. Por eso, el álbum ilustrado es tan personal, tan íntimo. Cada libro se convierte en un calzado a medida, en un zapato que no debe apretar ni quedar holgado. El álbum ilustrado es la poesía narrada.

El álbum ilustrado se debe mirar y se debe leer. Y ambas cosas a la vez. De atrás adelante, sin juicios. Se debe contemplar de lejos. Y estamos obligados a zambullirnos en él. Así es el álbum ilustrado: te tienes que enamorar de él.

Se debe leer con tranquilidad, dejándonos mecer por el susurro de los adjetivos, por los impulsos de los verbos, por el suspiro de las comas y los puntos, por la relajante senda de los puntos suspensivos. Nada es al azar. El escritor propone. El lector dispone.

Se debe mirar con curiosidad. El ilustrador seguro que dejó la puerta entreabierta, dejándonos esa rendija por la que observar su mundo, en el que ha sembrado espejos, para que podamos vernos reflejados. Nada es al azar. El ilustrador propone. El lector dispone.

Yo creo en la distorsión que puede provocar en nosotros un obra literaria, porque significa que nos ha ayudado a reflexionar, a comparar, a dejarnos llevar o simplemente a ignorarla. Significa que estamos vivos, que la ilustración se siente, que el texto respira.

Yo creo en el álbum ilustrado porque es el lector si decide dejarse invadir por otros, que ni siquiera conoce, pero que han sido capaces de escribir e ilustrar una bella historia, quizás la más bella historia jamás contada o leída, por lo menos hasta ese momento o hasta que aparezca otra.

Sólo les deseo que cada uno de ustedes encuentren el suyo, o mejor, que sea el propio libro el que les descubra, por sorpresa, sin avisar y con alevosía.

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